Avance “La Promesa”: Leocadia arrinconada y Santos descubierto (capítulo 729, jueves 4 de

La confesión que lo cambia todo entre Manuel y Curro

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Te lo dejo por aquí —dijo él, acercándose con gesto servicial—.
—Déjalo, sí, gracias —respondió Manuel mientras apartaba un montón de papeles sobre la mesa.
—No tienes que darme las gracias —contestó el otro con una leve sonrisa—. Al fin y al cabo, es parte de mis obligaciones.
—Puede ser, pero siempre he pensado que es de bien nacidos ser agradecidos —replicó Manuel. Después miró la bandeja y frunció el ceño—. Lo que no acabo de recordar es haber pedido un café…
—Ni falta que hace —lo interrumpió con calma—. Con solo verte la cara se nota que te hace falta uno.

Manuel soltó un suspiro resignado.
—Supongo que llevo el cansancio escrito en la frente.
—En realidad, se te nota más que un poco agotado… —añadió él con tono observador—. ¿Puedo preguntarte a quién estabas escribiendo?

Manuel dudó un instante antes de contestar.
—Estaba respondiendo a una de las compañías que se han interesado en el motor. Me exigen que cierre el trato cuanto antes… parece que están impacientes.
—Eso suena a buenas noticias.
—La mejor noticia que podía recibir —admitió Manuel—. Pero tendrán que esperar, todavía queda trabajo para que el diseño pueda comercializarse.
—Lo que vale la pena siempre exige un poco de paciencia —comentó él.
—Confiemos en que no se demore demasiado —suspiró Manuel.

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Tras un breve silencio, el otro lo observó con más atención.
—Manuel… ¿estás bien?
—¿En qué sentido?
—No sé —respondió él—. Hay algo en tu expresión… una mezcla rara entre agotamiento y preocupación. No estoy seguro de si necesitas más un abrazo o un segundo café.

Manuel lo miró divertido, aunque enseguida notó que su interlocutor estaba serio. Muy serio.
—Está bien —dijo él finalmente—. Necesito pedirte un favor.

Manuel se enderezó.
—Pide lo que necesites.
—No es algo sencillo —advirtió—. Te lo digo desde ya, para que no te hagas ilusiones.
—Por tu actitud me imagino que no será ninguna tontería —respondió Manuel—. Pero sabes que no te pediría explicaciones. Eres mi hermano, Curro. Puedes decirme lo que sea.

Curro tragó saliva, nervioso, casi temblando.
—Necesito… necesito que impidas la boda del capitán de la Mata con Ángela.

Manuel abrió los ojos con sorpresa.
—Bueno, sí que venías con un favor complicado.
—Ya te lo advertí —repitió Curro con voz tensa—. Y créeme que no te lo estaría pidiendo si existiera otra salida.

Manuel negó con la cabeza, intentando mantener la calma.
—Curro, todos hemos hecho lo que hemos podido para frenar esa boda. De una manera u otra, cada uno lo ha intentado… y no ha servido de nada.
—No entiendes —lo interrumpió Curro—. No es que no queramos que se casen. ¡Es que no pueden casarse!
—El capitán no va a renunciar —contestó Manuel, resignado—. Y doña Leocadia ya les ha dado su bendición. Ángela, aunque esté destrozada, no parece dispuesta a oponerse. Este enlace va a celebrarse le guste a quien le guste.
—No puede celebrarse —dijo Curro con desesperación—. Cueste lo que cueste, tienes que evitarlo.

Manuel lo miró fijamente.
—¿Por qué? ¿Qué no me estás diciendo?

El silencio se hizo pesado. Curro respiró hondo, como quien se prepara para saltar al vacío.
—Porque todo esto es culpa mía —susurró.
—¿Cómo que culpa tuya? —pregunt