María Fernández descubre a Lorenzo y rescata a Ángela secuestrada. En La Promesa, la desesperación de María la conduce a enfrentarse a un laberinto de sombras, secretos y traiciones
María Fernández descubre a Lorenzo y rescata a Ángela secuestrada. En La Promesa, la desesperación de María la conduce a enfrentarse a un laberinto de sombras, secretos y traiciones
María Fernández, empujada por la angustia y el amor inquebrantable hacia sus amigos, se ve arrastrada a un camino lleno de oscuridad. Durante horas busca en vano en los rincones más recónditos del bosque, arriesgándose en cuevas húmedas y peligrosas donde el silencio parece devorar cualquier esperanza. Exhausta y cubierta de barro, regresa al palacio con la mirada perdida, convencida de que ha fallado en su misión de encontrar a Ángela. Samuel, al verla, le recrimina su imprudencia, recordándole lo fácil que hubiera sido perderse en aquel laberinto de piedra. Sin embargo, María se niega a permanecer de brazos cruzados mientras Curro se consume en la desesperación.
El recuerdo de Jana, arrebatada de sus vidas sin previo aviso, resuena en sus palabras y enciende en ella una rabia que la empuja a seguir. Samuel intenta infundirle calma, pero en su interior, María siente que las autoridades no darán con la verdad. Algo le dice que el misterio no está en los bosques, sino dentro de los muros de La Promesa.
Guiada por su instinto, se detiene ante los aposentos de Leocadia y escucha una conversación escalofriante. Reconoce de inmediato la voz de Lorenzo, exigiendo a la madre de Ángela que acepte el matrimonio de su hija a cambio de su libertad. El capitán la utiliza como moneda de cambio y amenaza con revelar secretos enterrados si Leocadia se atreve a desafiarlo. Oculta tras una cortina, María escucha con el corazón encogido: Lorenzo no solo es responsable del secuestro, también está dispuesto a hundir a cualquiera para conseguir su objetivo.
Con el alma en vilo, la doncella huye hacia la habitación de Lorenzo y allí encuentra la prueba definitiva: una carta en la que ordena mantener a la muchacha encerrada en una cabaña junto a un viejo molino. El hallazgo la sacude, pero también le da la determinación de actuar. No puede confiar en la Guardia Civil ni en los señores, pues teme que Lorenzo descubra la traición y traslade a Ángela antes de que sea demasiado tarde. Solo queda un camino: actuar ella misma.
Esa noche, amparada por la oscuridad y armada apenas con un candil y un cuchillo de cocina, se adentra en el bosque. Cada crujido de rama y cada sombra parecen un presagio de peligro, pero nada detiene su avance. Finalmente, encuentra la cabaña: dos hombres armados vigilan la entrada, aunque el sueño les ha vencido. Es su única oportunidad. María se desliza dentro, el corazón latiéndole con fuerza desmedida.
En un rincón, sobre un jergón miserable, yace Ángela. Atada, débil y marcada por los días de cautiverio, apenas logra abrir los ojos cuando escucha su nombre. Entre lágrimas, María corta las cuerdas y la sostiene con ternura. Con esfuerzo y sigilo, logran escapar de aquel encierro y regresar al palacio al amanecer. Exhausta, María oculta a Ángela en sus aposentos, jurándole que ya está a salvo, aunque ambas saben que la pesadilla aún no ha terminado.
La revelación de la carta confirma lo inimaginable: Lorenzo es el cerebro del secuestro. No solo pretendía doblegar a Leocadia, sino también destruir la vida de Curro y Ángela. Pero el rescate marca el inicio de un nuevo capítulo: la venganza. En los pasillos de La Promesa ahora circulan cartas comprometedoras, amenazas veladas y secretos capaces de desmoronar familias enteras.c