La Promesa: La ovación a Xavi Lock, Guillermo Serrano y Marta Costa | RTVE Series

Quisiera comenzar dirigiéndome a todos con un agradecimiento profundo, sincero y necesario. A veces las palabras no alcanzan para expresar todo lo que uno siente, pero aun así hago el intento. Desde la última vez que te vi, han ocurrido tantas cosas que casi resulta imposible ordenarlas. No sé si soy capaz de contártelas en el mismo orden en que sucedieron o con la claridad que merecen, pero sí puedo transmitirte lo que han despertado en mí. Ha sido como vivir dentro de una sucesión de escenas que se superponen: luces, murmullos, emociones inesperadas y rostros que parecían tener algo importante que decir.

Quisiera que pudieras imaginarlo: nuestro jardín, ese lugar que tantas veces vimos como un refugio silencioso, se transformó en una especie de escenario vivo. Las luces parecían moverse por sí solas, danzando sobre las plantas y los senderos, acariciando las sombras y creando dibujos caprichosos sobre las paredes. En algunos momentos llegué a creer que eran señales, como si la casa o el propio jardín intentaran comunicar algo que yo aún no lograba comprender. Todo tenía un aire de misterio, como si estuviera a punto de revelarse un secreto largamente guardado.

Al mismo tiempo, como si no bastara con aquel espectáculo de luces, empezaron a circular rumores nuevos. Voces que venían y se iban, comentarios que no terminaban de aclararse, pero que dejaban una sensación persistente de que algo se estaba gestando. Escuché cosas contradictorias: algunos hablaban con ilusión, otros con preocupación, y otros simplemente con esa curiosidad que suele surgir cuando la tranquilidad habitual se ve alterada. Entre esos murmullos, se mezclaban emociones, latidos acelerados, miradas inquietas… como si todos intuyeran que un cambio estaba próximo, aunque nadie pudiera precisar de qué se trataba.

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Entrevista a Xavi Lock, Guillermo Serrano y Marta Costa

En medio de todo aquello, yo intentaba mantener la calma, recordando que en ocasiones la vida se manifiesta así: de forma caótica, sorprendente, un poco desordenada y completamente impredecible. Y aun así, había algo luminoso en todo ello, un pequeño destello de esperanza. Quizá era solo la ilusión de pensar que, tras tanto desconcierto, surgiera algo bueno.

Te confieso que una de las cosas que más me reconfortó fue tener ese ramo entre las manos. Puede parecer una tontería, pero cada flor, cada aroma, cada textura parecía recordarme que había algo hermoso en medio de la incertidumbre. Me sentía acompañada, como si aquel ramo fuera una forma de traer contigo una parte de todo lo que hemos vivido. Era casi como tener una muestra de belleza sin necesidad de subir al faro, sin enfrentar la subida larga o el viento que tantas veces nos ha golpeado la cara allí arriba. Era la belleza sin esfuerzo, sin peligro, sin despedidas.

Y hablando del faro, surgió la propuesta. Dijeron que sería buena idea llevar el ramo hasta allí para cumplir con cierta tradición familiar. Al principio pensé que estaban bromeando, pero luego comprendí que lo decían en serio. La abuela lo hubiera aprobado sin dudarlo —ya sabes cómo era, siempre creyendo que los rituales tenían un “algo” especial, una fuerza que protegía o guiaba—. Aun así, dudé. No porque no me pareciera bonito, sino porque no estaba segura de si era el momento adecuado. Con todo lo que estaba ocurriendo alrededor, con ese torbellino de luces y voces, me era difícil decidir si debía añadir un nuevo gesto simbólico a la confusión del día.

 

Pero entonces mencionaron que Siberia estaba de acuerdo. Que ella había dicho que sí, que le parecía un buen plan, quizá porque ahora se marchaba a Mallorca y quería dejar todo encaminado antes de su viaje. Su opinión, por algún motivo, pesó más de lo que esperaba. Tal vez porque sabía que no la vería en un tiempo y quería honrar su deseo. Tal vez porque es